martes, 3 de diciembre de 2019

Detrás de cada palabra

Cree el necio que el escritor es una especie de ermitaño de luenga barba, con pipa y bata, que camina en círculos alrededor de una pira de libros. Cree el iluso que el poeta tiene una suerte de botón, detrás de la oreja, de donde salen como las cartas de una baraja versos alejandrinos con rima consonante en los pares. Cree el mundano que el artista vende su alma al diablo para no tener que vivir de otra cosa más que de su arte.

Bastante se ha escrito de las excentricidades de Hemingway, de Wilde, de Boudelaire, sin llegar a encontrar nada divino en su naturaleza más allá de los garabatos que los hicieron universales. Pero he aquí que el escritor aficionado, el juntaletras, el maldito poeta, busca la inspiración bajo la lluvia, bailando bajo los rayos, en las sonrisas reflejadas en los charcos. Luego escribe dos líneas, las cree sublimes, se jacta ante sus amigos de su talento mientras que la verdad de esta tragedia es que el verso se cuece, a fuego lento, en cada palabra que se lee, en cada escritor que se imita, en cada décima que se trenza. La inspiración se cocina tras las noches de bohemia, en la voluntad del encierro y las sonrisas eternas de las musas, entiéndase por musa no toda la pompa fúnebre del clasicismo más exacerbado sino una frase susurrada bajito cualquier noche, un brochazo con intención de tres años o Rosa es una rosa es una rosa es una rosa…

De cualquiera de las maneras digo lo que pienso y como pienso lo que digo de cualquier manera pues al final va a resultar que el verso es diverso, la novela se desvela y que el cuento lleva descuento y que no hay mejor tormento eterno que escribir sin tiempo, sin poesía y con la cabeza de una guillotina rozando cuello. Cerca de estos burdeles es donde se amotinan los mediocres, donde van a pastar los ciegos, cogiendo palabras en la montaña de basura donde se fabrican las mejores desgracias.

Luego vienen Beckett, Brecht, Perec, te dan un cigarrillo, sin avisar te endiñan un puntapié y te lanzan hacia tus miedos más interiores, los que te levantan a pellizcos de la cama hasta que empiezas a destilar frases en el alambique de tu conciencia y te das cuenta de que al fondo del pasillo a la izquierda está lo que realmente te impulsa a ordenar una letra detrás de otra que no es otro que el latido de un corazoncito mordisqueado por el gusano del deseo.


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