miércoles, 27 de noviembre de 2019

Esto también pasará


Anoche me contaron un cuento antes de dormir que lleva todo el día dando vueltas en mi cabeza. No quiero resumirlo, tampoco contarlo, tan solo quiero dejar fluir los pensamientos que se han desgajado de mi cabeza después de meditarlos concienzudamente. “Esto también pasará” es una máxima que ha estado ahí toda la vida, en las buenas y en las malas, como un reloj, siempre llevando la cuenta de cuál de las dos iba a tocar llegar ahora.

Cuando estás en el pozo no hay consuelo que te saque las astillas del corazón, pero esta frase da un instante de respiro para apartar a las carroñeras que merodean tu cadáver para ver que pillan, y en ese simple gesto de apartarlas el cielo vuelve a brillar, aunque sea por unos instantes. No estoy siendo complaciente porque la verdad es mucho más puntiaguda que todo esto.

Pero he aquí que llega lo bueno, muchas veces a lo largo de tu vida y por un instante también te ataca la felicidad, te emborrachas de ella y te la guardas en el bolsillo para repetir la cantinela con todo el que te cruzas. Entiendan que no hablo de la plenitud ni del eterno nirvana, pero sí de una buena noticia, un sol naciendo, una carrera bajo la lluvia o de una tímida sonrisa al atardecer donde puede nacer un pequeño sorbo de felicidad plena, porque es igual que lo malo, no dura para siempre.

De nosotros tan solo depende seguir buscando esos momentos y equilibrando el lado adecuado del que tirar para que una u otra duren el mayor o el menor tiempo posible ya que a veces ni el destino nos deja elegir cuando comienza cada una de ellas. Por eso todo al final se encuentra en las palabras adecuadas que alumbran nuestros sentimientos y a veces el silencio puede ser el termómetro más cualificado para saber de qué lado de la balanza nos encontramos. Pero esto también pasará…



domingo, 10 de noviembre de 2019

Alas de papel


Querida, aunque no siempre, humanidad:


Hoy os escribo esta carta sin franqueo porque no habría sellos en el mundo para mandárosla a todos. Anoche me dormí con el espíritu caliente terminando un precioso libro en género epistolar que todo amante de los libros debería leer. En 84, Charing Cross Road se sucede una correspondencia que durante más de 30 años mantuvo Helene Hanff, una escritora americana que vive grandes temporadas de forma precaria, con una tienda de libros de segunda mano de Londres, Marks & Co. En sus cartas pide libros de erudito gusto en una búsqueda de ejemplares bien encuadernados, y muchas de las veces ilustrado, desarrollando a lo largo de las páginas una relación de amistad y afecto que atraviesan no solo el atlántico sino el corazón de todo el que lo lee.

Al despertar, meditar y lanzar mis ojos a las noticias diarias me encuentro con dos noticias escalofriantes. La primera habla del cierre de Círculo de Lectores y su caída en desgracia por culpa de gigantes editoriales y la imposibilidad de luchar contra el gran cabrón de las mil tetas que es Amazon. La segunda habla de la pequeña tienda alavesa Jakintza que a pesar de vencer el algoritmo de Amazon y sobrevivir más de 30 años en los cuales fidelizó una clientela, hizo amistades y desarrolló su pasión por los libros ha tenido también que cerrar sus puertas. En este caso se encontró desgraciadamente con Kutxabank, dueño del inmueble, que pidió su salida inmediata del local sin argumentar razones. Lo obvio es que disfrutaba de una renta baja de larga duración.

Cuando terminé de leerlas me costó un poco más respirar, una vuelta de tornillo más a una vida que nos acelera, nos conduce al abismo y no invita a la reflexión, al cuidado, a parar por unos minutos el tiempo. Y es que de la misma manera duermen el frío manto del invierno una multitud de pequeñas editoriales que arriesgan sus pocos euros para inventar mundos mejores.

Así como Helene Hanff, no puedo concebir una vida sin librerías, con bibliotecas cerradas y libros amontonando polvo porque son los templos donde el conocimiento se condensa, callado y humilde, en calles llenas de inscripciones y portadas ilustradas. Y no comprendo un mundo sin libros, sin dibujos y sin cartas. Precisamente recuerdo que el último regalo que me hizo Círculo de Lectores, ya en los estertores de su desaparición, fue un libro de tarjetas postales españolas, un siglo de imágenes que aún duermen cerca de mi cabeza.

Contra la invasión bárbara de las redes y las pantallas siempre existe el remedio de pasear los dedos por las estanterías en busca de títulos arcanos, de encontrar un oasis de letras en mitad de la tormenta que nos arrastra allí afuera, de buscar nuestras preguntas leyendo las respuestas de otros y, a partir de ahí, construir las alas de nuestros propios sueños.

Atentamente, Silente.