viernes, 14 de diciembre de 2012

El Apocalipsis Maya

En uno de esos sueños recurrentes en los que suelo entrar cuando caigo en un estado febril provocado por virus mayas, que se alinean de forma macabra en el estómago, se me apareció Quetzalcóatl.  No estoy seguro si era una deidad, un antiguo caudillo o un simple ciudadano de a pie de aquella milenaria estirpe. No me enseñó su rostro. Pero lo que si me enseñó fue el verdadero significado de su profecía.

“Es cierto, llega el Apocalipsis. Pero presta atención a mis palabras… - Decía Quetzalcóatl en tono serio -  porque para que haya un nuevo principio tiene que haber un fin. Lo que los míos tratan de decir con sus cábalas es que se acaba el reino de los injustos. Que las nubes de tormenta tronarán de aquí a la eternidad sobre las cabezas de los ruines y ahogarán todas sus ideas. Llega el amanecer de los justos, de los honestos y de los soñadores. La mejor espada para esta lucha será la Palabra, el Grito, la Denuncia. Los mejores escudos serán el Arte, el Conocimiento, el compartir Boca a Boca. Volveréis a fabricaros armaduras de Cultura, aunque tengan que ser hechas a base de retales recogidos en las calles, porque el Arte sale de las calles, no de los palacios. Y volveremos a levantar catedrales del Conocimiento porque para eso el pueblo es sabio y no dejará que una civilización desaparezca, como la nuestra, por culpa de unos malos consejeros, unos malos líderes que se han elegido entre ellos casi por mandato divino, como los nuestros.”

Mientras me lo contaba, miraba a la luna y las telas se mecían con las primeras brisas del amanecer. Yo estaba empapado en sudor enredado entre las sábanas y no lograba encontrarme dentro de mi sueño, o quizás era una proyección de su sueño. Había perdido toda perspectiva. Volví a oír la voz de Quetzalcóatl.
“Es la hora de repartir los dones para la humanidad. No como propósito de año nuevo, sino como regalo para la nueva era… Doy a escritores comprometidos  palabras más afiladas que la guadaña de la muerte, y dardos de emoción a los versos de los poetas. Doy paz y nuevas fuerzas al trabajador incansable y más sabiduría a los que enseñan a nuestros vástagos aunque se hayan quedado sin aulas donde predicar con el ejemplo. Doy notas, acordes y talento a los músicos que no llenan estadios pero cantan en las calles las nuevas buenas que han de venir, porque ahora las calles están llenas. Doy torbellinos de energía a todo el que dance descalzo porque sus pies estaban cansados. Doy caminos al caminante y senderos a los perdidos. No doy nada al que mucho tiene y lo ha comprado con dinero. Doy la palma de la mano negra al que se ensució cogiendo lo que no era suyo, al que tomó y no pidió. Doy el grito al que vio algo que nunca debió suceder. Quito todo y no doy nada al que se enardeció de ser más que los demás. Quito el oído al que no quiso escuchar. Doy manos calientes y sanadoras a todo aquel que fue parte de la Marcha Blanca, por el bien de los enfermos y que no dejó nunca de sanar las heridas de los demás. Doy tesón, fuerza y pundonor al que siguió investigando, buceando en el Conocimiento, buscando salidas a pesar de dar pasos en la oscuridad. Y lo que es más importante y no abunda en vuestras leyes, doy la posibilidad a todo aquel que se sienta excluido de esta lista que ingrese en ella buscando un hueco de la forma que mejor le apetezca y por ello será bien acogido, tratado y aconsejado. Doy paz a las madres que no dejan de pensar en sus pequeños y a los que hacen trucos de magia doy papel y lápiz para que no escondan sus secretos y hagan sus trucos a la luz del día y para divertir, nunca para engañar.

Ese es el tipo de gente que sustentó a nuestro pueblo, los que hicieron grandes y milenarios a los mayas, los que amasaron el conocimiento, los que hablaron a otras civilizaciones de sus prójimos y escribieron cosas encriptadas para que solo gente como ella pudiera leerlas. El resto de cosas, llámese apocalipsis, alineaciones de planetas y demás parafernalia son sólo cuentos para asustar a los niños a la luz de una hoguera.”

Mientras decía esta última frase, Quetzalcóatl empezaba a diluirse y desapareció con el primer rayito de sol que entró por mi ventana. La fiebre había desaparecido y aunque aún sigo teniendo malestar de estómago, mi único pensamiento en ese momento se centraba en que si ese es el Apocalipsis que nos espera… ¡Estoy deseando que llegué!