Anoche volví a soñar con Castellar. Llevaba tres días
viviendo en una continua urgencia, trabajos, presupuestos, compras, visitas
familiares, hasta ahí el trasiego normal de la vida, pero cuando llegaba la
noche y me tumbaba en la cama el sueño no llegaba, quizás estaba nervioso
porque no sabía ya como solapar eventos, conciliar amistad con profesionalidad,
deber con deseo. Si a eso sumas que trabajas con un esmerado grupo de
profesionales, de esos que necesitas horas para que te sigan contando cosas
fascinantes, el desgaste es mayor pero ganas la recompensa de la mirada.
Estos tres días he trabajado a altas horas de la mañana, he
ensayado (sí, aunque el teatro ocupa casi un 30 por ciento de lo que leo, subirse
a las tablas siempre lo he dejado para gente que ilumina a los demás con la luz
de su mirada), he ensamblado tablas al calor del mediodía y me he dejado llevar
por el rumor de un río de emoción que con los días sonaba más y más fuerte.
Y anoche, al fin, pude soñar. Soñé que salía de un libro. Soñé
con George Wells, y vi salir de una máquina del tiempo a dos inventoras asombradas,
una tropa de mercenarios con el escudo de Castellar que descargan la sonrisa
por donde quiera que desfilaban, a su
señor, Don Juan Arias de Saavedra, con el ceño fruncido y la palabra encendida
y a una juglar que paraba el tiempo con la dulzura de su voz.
Como ocurre a veces en los sueños todo empezó a volverse
confuso e hilarante, y miraba alrededor y eran las calles de mi pueblo, pero
miraba entre los jardines y veía mesoneras ofreciendo vino, aldeanos medievales
vendiendo quesos, vino y toda clase de productos locales, vi al herrero
golpeando el hierro, un joven tocando el contrabajo y un pueblo bailando junto
y lanzando sus manos a los visitantes para que sean muchos más los que bailen
la próxima danza del fuego.
Al amparo de la noche cada vez que alguien encendía una vela
nacía una nueva estrella en Castellar, arriba, abajo, qué más da cuando el
deseo es el mismo. Cuando Prometeo legó el fuego a los hombres, lo dio para
todos, no para que unos hicieran de él su escudo y otros su arma. Y con la
noche en el aire, el suelo encendido, los teatros entreteniendo a la gente y la
bruja lanzando hechizos desde las sombras llegó el desenlace de mi sueño, en el
que recuerdo que salí de un libro, con gorguera y pluma, de negro riguroso, que
me llamaban Cervantes, o Fervantes, que el pasado se peleaba con el presente, y
que mi intención en aquella disputa era que el futuro fuera menos combativo y
mas cultivado y por supuesto menos solitario, porque solo con el apoyo
constante se pueden hacer cosas cada vez más grandes, subir montañas más altas,
conocer más y mejores cosas. Todo bajo la magia invisible de una buena dirección
y una ejemplar producción, que son los hilos invisibles, el esqueleto de
titanio, de toda obra de arte.
Y como de Cervantes va la cosa quisiera poner en evidencia
una frase del Maestro que dice así: “El
sueño es el alivio de las miserias para los que sufren despiertos, pero sea
moderado en su sueño; que el que no madruga con el sol no goza del día” y
es así como fui despertando del sueño eterno mirando los ojos circunspectos,
cansados, del ánimo desparramado de aquellos que no solo durante una noche,
sino que lo hacen el resto de sus días, pusieron el corazón en sus manos, una
gran frase de una excepcional amiga, gran ausente anoche. Y es que eso de poner
el corazón en la mano es tan gráfico, porque si con el corazón en tus manos
intentas golpear los sueños de otro pronto te darás cuenta que serás el primero
en salir sangrando.
Ya sabéis que soy muy de historias, de poner dedos en llagas
y cauterizar con letras mis heridas del alma. Anoche viví, además de todo lo
anterior que ya es inmenso, una pequeña historia, una historia de magia,
ingenua y fascinante. Me dejó marcado, me arañó por dentro, esas cosas que pasan
cuando estás tan metido en lo evidente, en lo racional, que un soplo de magia
se queda para siempre a un suspiro de tu pensamiento. Como me he dado, circunstancialmente, a esto de
la interpretación no voy a escribir esta historia, por ahora, pero si me tienes
delante, al calor de una copa de vino, te la contaré, con pelos y señales, y
entonces, todo lo grande, todo el despliegue físico, las horas de duermevela,
los nervios mordiendo el estómago. Solo entonces, todo vuelve a tener sentido.
Y es que la historia la escribimos todos, y no existe libro
donde este todo el conocimiento eterno y universal, ni bálsamo de fierabrás ni
yelmo de mambrino que te salve de lo malo, pero para eso hay que seguir viviendo
el sueño, seguir soñando la vida como si hubieras salido de un libro.