miércoles, 24 de abril de 2019

El palacio de las letras


Ayer fue el día del libro. El día que aprendí a soñar fue cuando puse un libro bajo mis párpados antes de dormir. Como hijo adoptivo de las musas me fui buscando la sombra del árbol del palacio de las letras. Deambulaba por un dédalo de callejuelas de la duda cuando di a parar ante una enorme puerta custodiada por dos caballeros en duelo, uno era la Educación el otro la Cultura. Sin decantarme por un vencedor crucé el umbral y sentí que un muro de letras me miraba expectante desde su anaquel hasta que pude alcanzar el primer rellano de la escalera.

En lo que parecía estar a salvo de tan escrutadora mirada me alcanzó el veneno de una música que sonaba desde algún lugar lejano de un patio donde alguien tocaba una conocida canción de Yann Tiersen.

Las letras seguían agazapadas en sus libros, mirando sin perder detalle de mis dubitativos movimientos, hasta que llegué a ese patio renacentista, donde el piano esclavizaba el talento de un joven intérprete que ahora buscaba con los ojos cerrados las notas de Yiruma.

No pude hacer otra cosa que sentarme en una silla cercana, como aquel que busca una derrota, mirar arriba y ver un bosque en la sala superior, un paisaje lleno de conjeturas para entrar en un teatro mágico, no para cualquiera, donde anidan las semillas de los cuentos por leer, de poetas enturbiados por décimas de fiebre o dibujos que duermen en novelas olvidadas.

Pensé que era Borges el demiurgo que hacía alarde de sus cualidades a través de mis sueños, pero eché mano a mi bolsillo, vi que allí se alojaba un conejito blanco y sonreí a Cortázar, o a Sir Lewis, a Gabo y Cervantes tomando café de máquina, todos estaban allí esperando.

Entonces abrí un libro y desperté de nuevo. Pero el palacio seguí estando allí y era real. Y en él trabaja gente que lucha porque ese lugar siga siendo un palacio, un templo, un refugio.

Y en ese momento me fui cabizbajo pensando que el templo donde leí mi primer libro, el templo que debería  ser el cordón umbilical que nutriera la cultura del pueblo que me vio nacer no es más que el almacén de los olvidados, una habitación donde los trastos se amontonan y no existe en la memoria de los que dicen que mandan para ayudar a los otros.

Pensamos, o eso parece, que hacer política es buscar masas a las que contentar, todo cuenta si hay un número suficiente para parecer importante. Pero la realidad es que los libros son esos sabios tímidos que no van a ir a abiertos a buscarte y para ello hacen falta letrados ilusos, utópicos guardianes del lenguaje que aguanten impávidos como el pastel se come por otros lados mientras se desdeña la educación, que implica directamente el acto de comunicación, en pos del puro espectáculo cansino y descerebrado de las urnas.

Rebusquemos en el tío vivo de nuestras infancias y descubriremos que el verdadero glamour está en el Arte.



jueves, 4 de abril de 2019

Como hacerse de oro...


Hoy traigo el ejemplo más claro de como alguien llega a hacerse de oro. Seguro que muchos leerán esta reflexión con ansia de ponerla en práctica, luego con escepticismo y finalmente con frustración. Si no abandonan y continúan hasta el final quizás vean un resquicio de esperanza al fondo. Lo primero es confirmar dos premisas, que nadie se hace de oro de la noche a la mañana, y la segunda, el que es oro es porque ya lo era antes de que alguien viniera a confirmarle que lo era. Explicados estos dos aperitivos continuo mi discurso

Hoy me he levantado con una sonrisa radiante, con la alegría en el cuerpo de que un tribunal europeo me confirme lo que yo ya sabía hace tiempo, que tengo una hermana de oro, ¡de oro puro! En Rimini, Italia, a 3 de abril del 2019, mi hermana se ha llevado una medalla de oro en lo que la ha caracterizado toda su vida, la voluntad férrea de hacer las cosas. No la felicito por el taekwondo, ni por la disciplina marcial que conlleva participar en un campeonato europeo. Más allá de eso creo que su mérito se construye de las pequeñas cosas que moldean en los momentos de duda la clase de persona que es.

Porque llevamos lustros viviendo y sufriendo que los medallistas son personas ganadoras obcecadas en su objetivo, que ha creado una generación de sufridores abnegados que a veces roza la egolatría asocial escondidos en sus interminables entrenamientos, sus dietas animalescas y cayendo, en muchos casos de élite lo hemos visto, en drogadicción química para sostener un imperio en el aire.

En este caso, el oro se lo lleva alguien para lo que esto del taekwondo es siempre una segunda opción. El oro es para la que consiguió su cinturón negro con vida ya en su vientre, la que mientras imparte sus clases mira con el rabillo del ojo el móvil por si suena la batseñal de que algo le ocurre a su pequeño patrimonio carnal, la que se cuelga una medalla de oro con bracitos de niña cada tarde que llega a casa después de entrenar.

No se le entrega una medalla de oro, se le entrega una bombona de oxígeno para continuar la lucha, se le otorga la confirmación de que sus esfuerzos, a veces más allá de lo extraordinario, valían su peso en oro, le devuelven aquella sonrisa que se le caía las tardes en que dudaba de todo y pretendía no competir, no clasificarse, no viajar al europeo, no dejar ni un segundo el endémico puesto de madre.

¿Eso es todo? ¿Alguien pensó por algún momento que iba a hablar de dinero? por supuesto que sí, partiendo de la base de que el tiempo es oro y se paga con pactos. Pactamos para darle nuestro tiempo a otros, unos por un rato, otros de por vida, y a veces no nos damos cuenta de la trampa de que no hay negocio honesto, ni trigo limpio, ni tiempo para todo.

No habría oro si no hubiera padres batallando en la retaguardia, si su comprensión de que todos los caminos de la vida se hacen por voluntad propia y no por unas directrices basadas en un pacto contraído antes del nacimiento, si los abrazos que recibimos de pequeños hubieran estrangulado nuestra libertad en vez de darnos alas para soñar, si el fracaso hubiera estado alguna vez manchado de culpas.

Ese es el milagro del éxito, cuando llega, y de la vida donde no siempre es oro todo lo que reluce.