martes, 28 de julio de 2020

El ojo del oráculo


Anoche terminé de leer una novela de Paul Auster. Uno de esos escritores que lees y te enganchan pero que rápidamente empieza a abrir puertas en su narración que terminan metiéndote en un laberinto de espejos del que tienes que estar muy lúcido para salir indemne.

El ojo del oráculo es una novela que ya leí, y ahora al releer tenía la sensación de que llegado a un momento del libro se abría una puerta que la otra vez estaba cerrada y me llevaba a otra novela distinta. Y realmente tras esa puerta se encontraba un pensamiento, una pregunta que llevaba unos días haciéndome sobre mi forma de escribir.

Curiosamente en la novela cuentan, como de pasada, un acontecimiento que ocurrió una vez ya escrito, como un vaticinio, como un aviso. Y desde entonces no paro de buscar indicios y señales en cosas que ya escribí, viendo que siempre escribía hacia atrás, rememorando y adaptando, llenando recuerdos de pintura para crear nuevos universos. Pero a fin de cuentas escribiendo un poco del recuerdo, lejano o cercano y siempre en otros universos muchas veces metaliterarios.

Pero… ¿Y si probara a escribir hacia adelante? Podría hacer un experimento, un intento de vaticinio inmediato y retar a Auster, a Nostradamus y a Moros, según la mitología griega el escritor del libro del devenir, a ver si las palabras pueden definir el destino de alguien.

Si no consigo mis objetivos al menos sabré que he escrito una historia alejada de tintes dramáticos. Si lo consigo… No me esperéis por aquí en algún tiempo…



martes, 7 de julio de 2020

Memento mori


Ya ha pasado lo terrible sublime, lo caótico introspectivo de la esencia humana hacia el miedo. El miedo ha barrido de sus casillas el ¿sesenta? ¿setenta? por ciento de la actividad humana para alojarlas en unas casas vacías de cariño. Y todo ese amor derramado por las calles se convirtió en ¿Sopor? ¿Acaso no es el hogar el asilo de las palabras? ¿La lumbre fulgurante de la vida? Pero no. Para esos para los que la casa no era más que el desecho límbico de su cansancio, en estos tiempos de cuarentena se ha convertida en la cárcel de los suspiros.

Pero para otros, para otros ha sonreído la fortuna al darles tiempo, darles paz y guerra, reflexión y gozo, porque es de esas grandes treguas de las que nacen las obras más inmortales, voces de pandemia que se vuelven con el tiempo inmortales. Tiempo al tiempo, paso a paso, lo que ha juntado el hombre que baje dios y lo vea y si no que se vaya con su música a otra parte. Ya se va partiendo la crisálida, ya se ve el rojo de las alas, ya no queda nada para que salgan las buenas nuevas.

Pero cuidado. Esta guerra no ha acabado. La corona sigue apuntando con su espada a nuestras cabezas y en el fragor de la batalla aún podemos perder sueños. Es seguro que vendrá la muerte, el memento mori, el aciago ocaso, y hay que arriesgar, pero quizás arriesgar es solo el juego de los cobardes, que solo arriesgan hacia afuera y nunca arriesgan hacia dentro. Porque cuando andas a través de una línea puedes caer hacia afuera, pero también puedes caer hacia adentro. Cuestión de pareceres, cuestión de obviedad, aunque algunos se empeñen eternamente en caer del mismo lado, del que no toca caerse y ya de paso arrastra con él a los demás.

Solo hay una meta en la vida, el que diga lo contrario que busque a un dios, me da igual Marduk, que Shango, que Ganesha o Jesucristo y le pregunte, y es que por encima de la gloria, del poder, del intelecto, de la madre que nos parió está la de tratar de hacer feliz a las personas que nos rodean y ya de paso a algunos del extrarradio que se lo merezcan, no vaya a convertirse esto en una feria del todo a cien… porque para ser feliz hay que querer bien y no solo que nos quieran.