Anoche
me contaron un cuento antes de dormir que lleva todo el día dando vueltas en mi
cabeza. No quiero resumirlo, tampoco contarlo, tan solo quiero dejar fluir los
pensamientos que se han desgajado de mi cabeza después de meditarlos
concienzudamente. “Esto también pasará” es una máxima que ha estado ahí toda la
vida, en las buenas y en las malas, como un reloj, siempre llevando la cuenta
de cuál de las dos iba a tocar llegar ahora.
Cuando
estás en el pozo no hay consuelo que te saque las astillas del corazón, pero
esta frase da un instante de respiro para apartar a las carroñeras que merodean
tu cadáver para ver que pillan, y en ese simple gesto de apartarlas el cielo
vuelve a brillar, aunque sea por unos instantes. No estoy siendo complaciente
porque la verdad es mucho más puntiaguda que todo esto.
Pero he
aquí que llega lo bueno, muchas veces a lo largo de tu vida y por un instante
también te ataca la felicidad, te emborrachas de ella y te la guardas en el
bolsillo para repetir la cantinela con todo el que te cruzas. Entiendan que no
hablo de la plenitud ni del eterno nirvana, pero sí de una buena noticia, un
sol naciendo, una carrera bajo la lluvia o de una tímida sonrisa al atardecer donde puede nacer un pequeño sorbo de felicidad plena, porque es igual que lo malo, no dura
para siempre.
De
nosotros tan solo depende seguir buscando esos momentos y equilibrando el lado
adecuado del que tirar para que una u otra duren el mayor o el menor tiempo
posible ya que a veces ni el destino nos deja elegir cuando comienza cada una de ellas. Por eso todo al final se encuentra en las palabras adecuadas que
alumbran nuestros sentimientos y a veces el silencio puede ser el termómetro
más cualificado para saber de qué lado de la balanza nos encontramos. Pero esto
también pasará…
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