La
bruma de días atrás se espesaba en un lamento, me caló hasta los huesos y no
encontré otra salida que tender la ropa dentro. Puse la máquina a calentar,
busqué trigo en el granero, sacando adverbios del plumero limpié telarañas en el desván de los recuerdos…
Primero
cociné los miedos, esos siempre vienen de lejos, son carnes duras, añejas, con
nervio. Luego, siempre aparte, guisé los anhelos, esos que por no decirlos se
van pudriendo en el trastero. Al final rocié todo con deseo y paciencia “¡Un
momento! ¿Y eso dónde se compra?” preguntaba mi conciencia. “¡Ay, compañera,
cuánto camino te queda!”
Ahí no
quedó todo, porque de especias estaba la olla llena: un pellizquito de humor
absurdo, alguna coplilla nueva, dos o tres versos sin dueño, un libro cubierto
de pena, la luna por la ventana con su sonrisa victoriana, tres permisos, dos
tormentas y una ronda de pretextos. “¿Cuánto queda?” ¡Ya termino!… Con más sueño
que paciencia, con más otoño que ciencia, más dolor que daño y con la mantita de la abuela.
Toda
esta aventura cuántica , este delirio de vulnerable aroma, empezó el día en que
sólo, ante el espejo, quebré mi voluntad en mil pedazos para darme cuenta de
que estamos hechos de los pedacitos de otros, que no nos pertenecemos más allá
de los residuos de nuestros pensamientos más urgentes. El resto es humo y barro
de nuestras guerras pasadas con el mundo, apuntes de batallas de las que solo
queda el eco, forzándonos a gobernar nuestras direcciones.
Así
despertó el lunes por debajo de la piel, en la frontera del tornado, el rugir de la comedia sin
título, el teatro sin público y con nariz de otro payaso… mirando al mar a
cuatro grados por debajo de la calma, encontré consuelo escondiendo el sol y
coloreando nubes hasta que en el principio de la garganta asomó un rubor con
sonido a catarata. Piel que de nuevo se eriza hasta el aroma de otros tiempos,
otras vidas que convergen en un abrazo perfecto, el suspiro, el borde del
espejo…
Ya de
vuelta encuentro a Momo, mirándome a la cara, los coloretes acusan el fin de
fiesta, el carnaval en la garganta… El túnel, el chispazo de luz, la escalera
de babel, el resguardo de mi cama.
Llegó al fin el Samhain. El fin del verano, la cortina que separa la luz de la oscuridad. La
maleta aúlla a mi lado como diciéndome que me vaya, a cualquier parte, debajo
encuentro un corazón en ascuas, un canon que despierta engranajes del tiempo,
un trocito de cristal que aún se refleja en otro espejo roto, y muchas máscaras escondidas entre las palabras.
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