miércoles, 19 de octubre de 2016

Los orígenes del arte

Han encontrado en mi pueblo las pinturas rupestres, al parecer, más antiguas de la provincia de Cádiz. Su datación podría oscilar más allá de los 30.000 años de antigüedad que junto a las ya reconocidas pinturas de la Cueva del Moro en Tarifa y la cueva del Tajo de las Figuras en Benalup conforman el sur de España como el origen del arte europeo.

Huellas de una mano en la pared conforman la representación más gráfica encontrada en el Abrigo de las Estrellas, donde imagino a nuestros más firmes antepasados levantarse con los pies descalzos, sumido en una pequeña bruma cada día, sentados sobre la fría piedra ir descubriendo calambres a lo largo del día que salen a flote las últimas horas cuando la luna viene a sustituir la muerte del sol.

Me congratulo porque esto deja patente que dibujar es el oficio intelectual más antiguo de la historia, el ansia de eternidad, un ejercicio de permanencia en el recuerdo, todo el que sienta orgullo del patrimonio debería a su vez sentirse orgulloso de esos hombres tranquilos que sentados luchan contra las garras del tiempo. Buscadores de la grieta que permita clavar sus representaciones en la pupila de la Historia, con un ansia de inmortalidad propias de legiones de soldados.

Dibujar es amontonar papeles y deseos, por igual, sobre una mesa que termina por convertirse en montaña de papel con surcos de tinta. El oficio del sacrificio, el oficio que todos dicen, mira qué bonito, pero pocos entienden de la soledad y el riesgo que conlleva,  y una recompensa tan a duras gotas conseguida.

De tanto lanzar líneas uno se queda atónito a veces de la incredulidad de la sociedad ante unos hombrecillos que han tenido ese atisbo de madurez para guardar unas migajas de la primera cualidad intrínseca que desarrolla todo niño en la infancia, que es garabatear y dibujar, y que el resto desechó creyendo con los años que iba a conseguir todo lo que se proponía con el uso de las palabras, que luego vemos como se las lleva el viento.

Los dibujantes se limitan a observar en silencio y cultivar esa cualidad infantil durante toda su vida, lo que los convierte en las personas con la voluntad más férrea que puedas encontrarte por la calle. No obstante hago un ruego a todos aquellos que leyendo esto hagan una reflexión sobre lo que vale el tiempo que un ilustrador te dedica y que estarías dispuesto a hacer por alguien que, en el momento que se pone manos a la obra, se convierte en el “oráculo de tus deseos”.

Hoy, un poco alegre y un poco triste, desde mi columna de fuego en mitad del desierto arrojo mis agradecimientos a todo el que en la soledad de mi trabajo ha venido hasta mi mesa y me ha susurrado unas palabras de ánimo a ciegas, una palmada tibia, un bocado de compañía porque un trabajo solitario no se premia con bombo y platillo sino a la luz de la lámpara y en el desenlace de cada línea.



Porque no se trata solo de dibujar, se trata de contar y ordenar el mundo en los archivadores de la memoria, se trata de rellenar con colores los resquicios entre las palabras y sobre todo se trata de dejar huellas en las paredes del recuerdo.


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