Cada persona tiene una luz en su interior, unos proyectan un rayo tan fino como un hilo que parece fácil de tapar por la luz de las
bombillas, hay personas que son en sí un cañón de energía inagotable y centellean haya por
donde pasan, otros muchos son un piloto intermitente que cambian de color a
lo largo de los años y otros a los que, de tanto intentar cosas sin suerte,
terminan por fundirse.
La vida, a partes iguales, se desarrolla entre la luz y la
oscuridad. Así lo marca el sol y la luna, aprendiz del astro rey, que se deja iluminar por él como si de su mentor se tratara, mientras el universo, ese lienzo oscuro salpicado por lucecitas
que están años luz de nuestros dedos curiosos completan el paisaje onírico.
Este sábado he tenido la oportunidad de ser invitado a
dirigir un taller para representar al Aula de Bellas Artes de la Universidad de
Alcalá de Henares durante su jornada de Open Day. El desarrollo del taller consistía
en pintar sin mancharnos la camisa y dibujar, nunca mejor dicho, castillos en
el aire. Dibujos que mueren en el mismo acto de nacer pero que gracias a una
cámara, bendito ojo que todo lo capta, podemos inmortalizar.
El taller fue muy divertido y disfrutaron de él tanto los
pequeños como los mayores, unos se atrevieron a dibujar, otros prefirieron ser
los retratados rodeados de todo tipo de trazos y de luces. Al final, el resultado, además de las fotos,
fue un taller de experimentación que abrió la mente a más de un sorprendido
visitante. Y yo quedo muy agradecido al Aula de Bellas Artes, y a todos los compañeros que me ayudaron a llevarla a cabo, por dejarme estar y disfrutar de la actividad.
Hasta el bueno de Quevedo vino a visitarnos y se las tuvo
que ver en duelo singular en plena oscuridad contra un contrincante de luz.
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