Nadie me dio el manual de instrucciones de la vida, o se
mojó por el camino y nunca pude leerlo. Solo sé que salí a buscarte una mañana
de marzo y ya no he vuelto a ser el mismo. Pernocté en antiguos palacios
lituanos a orillas de un lago helado, subí a las Montañas de Tatra siguiendo
palabras que no comprendía, hice un alto en el camino en un pueblo desde el que
se podía ver la cumbre nubosa del Ararat. Vi oxidarse el amor en los puentes y una
honesta reverencia sobre una tumba en Monparnasse. Encontré a un indígena
pescando bajo la sombra de un gigante soviético, una anciana cegada por los
primeros rayos de Kinich Ahau, una pesadilla en Elm street. Perdí mi sombra en
el Tiergarten, la credibilidad buscando una puerta alquímica en un barrio de
Roma y la decencia nadando con tortugas en Tulúm.
Soñé novecientos kilómetros a pie hasta el lugar donde muere
el sol, tú soñabas con besar el suelo de Broadway, soñamos también con volver a caminar
de noche por Venecia con máscara y capa. Pasamos miedo en un bus de Estambul y una
cena inolvidable en el Chapitô.
Algo vivido, mucho mundo más por ver. Te espero en alguna
calle de Chaouen llena de gatos, en una librería de Montevideo, no le pongo
nombre hasta que el olor a papel viejo me lleve a ella. Un estornudo
oportunista junto al Perito Moreno, un baño de sol en Valparaíso, un dibujo a tinta en Rapa Nui o un cuento de los hermanos Grimm en Kassel.
Te esperan a la vuelta de la esquina diarios de motocicleta,
viajes por el scriptorium con vocación de flâneur. Dice Paul Theroux: Deja tu casa. Ve solo. Viaja
ligero. Lleva un mapa. Ve por tierra. Cruza a pie la frontera. Escribe un
diario. Lee una novela sin relación con el lugar en el que estés. Evita usar el
móvil. Haz algún amigo.
La vida no se acaba mañana… la vida se acaba Hoy.
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