Apenas miraba el mapa, los meridianos me cambiaban de hemisferio y se
resbalaban de los bordes como finas hebras de hilo quirúrgico. El gran azul
chorreaba hasta el vaso medio lleno e iba buscando peligrosamente
la gota que lo colmara. Con mis gafas, de combate, puestas sobre la mirada
profunda y las alas desplegadas me fui sumergiendo en un dulce vuelo entre
nubes de algodón y convulsiones de otras tormentas. Me sentía de nuevo subir
hasta que lo de arriba era abajo y lo de abajo arriba y en esas empecé a
teclear con auténtico desdén en busca de la siempre inefable escritura
automática, y dejé el cadáver exquisito de tanto verso libre. Con la prosa de
compaña me subí a la cresta de un ensayo distópico y naufragué en mares de acuarela.
Remonté ríos de tinta y escalé hasta proverbios insondables.
A partir de allí no encuentro la forma de vivir adrede si no es a través
de un alucinógeno consuelo, una pelota de goma que embarco y nadie me va a
buscarla. Con música de Saint Germain des Prés Café de fondo, y el suave
arrullo de un Ahora en el hombro. ¿Qué es un Ahora? Una antigua leyenda decía que las personas eran hace mucho tiempo animales simbióticos e iban
siempre acompañados de un pequeño pájaro que revoloteaba en silencio sus
cabezas. Cada vez que los humanos veían un paisaje único, daban su primer beso
o conocían a alguien especial el Ahora les daba un pequeño picotazo en la
cabeza y creaba un momento de Plena Consciencia.
Pero como las cosas buenas no son de nuestro gusto y nos cuesta cuidarlas
como se merecen los Ahora empezaron a caer en la noche del olvido y pronto
fueron sustituidos por pájaros de negro plumaje llamados Antes y Después.
Pero el final de la historia quiere necesariamente que dejemos una luz a
la esperanza, una flor a la primavera, y permitamos darnos unos segundos en
cerrar los ojos, respirar profundo para espantar las plumas negras y sentir el
picotazo de un Ahora que nos guardamos en el alma.
El mundo puede esperar, los trenes seguirán pasando, eso es cierto, pero
ya dijo Gloria Fuertes “me dijeron: O te subes al carro o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé. Me senté en la cuneta y alrededor de mí, a su debido
tiempo, brotaron las amapolas”
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