Supongo que nos acercamos un poco más hacia el misterio de
la vida el día que tenemos un hijo. Cualquier acto de creación desinteresada y
efímera se convierte por sí mismo en la búsqueda de la vida y sus misterios
mientras más te hayas adentrado en la oscuridad con la intención de encontrar
en algún lugar la luz más allá de los tubos de neón y las bombillas de bajo
consumo.
Enfrentarme al lienzo vivo se ha convertido para mí en un
acto de comunicación con un futuro inmediato, un decir sin palabras lo que hace
años que digo y al fin trazar una línea paralela entre dos generaciones, la que
habita y la que pretende habitar. La primera pregunta que viene a mi mente es
si el futuro habitante habrá encontrado su sitio en el pequeño planeta que le empasté
sobre la piel que le hace de muro ante la vida, ¿habrá encontrado sentido a las
líneas, los colores y las formas para hacerse una imagen cognitiva de lo que
habría de encontrarse fuera? ¿Estamos todos preparados para salir de la caverna
y enfrentarnos al mundo de las ideas o vivimos eternamente viendo las sombras
que planean sobre nosotros? Estas y otras preguntas solo estamos condenados a
percibirlas con los ojos del alma porque son verdades ciegas.
Este pequeño mundo y otros muchos sólo son visibles a los
ojos que los contemplan, pero existen igual que existen las diferentes capas de
una misma realidad. Cuando navegamos a la deriva de nuestros propios
pensamientos no es sino que estamos nadando en el líquido amniótico de nuestra
materia gris y sabemos que en el fondo de nuestra mente podemos ser todo lo
niños o todo lo viejos que queramos ser, ahora y mañana, y si somos capaces de
hacernos una idea de la imagen a la que queremos aspirar no hay razón alguna
para no serlo mientras no dejemos de andar detrás de esa idea. Nos alejamos
cuando nos paramos, nos acercamos cuando nos caemos. Nunca es tarde, nunca está
lo suficientemente lejos. Si nueve meses son suficientes para crear una
persona, nueve meses puede ser el tiempo justo para convertirse en una persona
nueva si dedicas esas más de seis mil horas en dar pequeños pasos en busca de
esa nueva realidad y si no… ¿Quién cree que Dios se dedica a jugar a los dados
con el universo?
Divagando por estos derroteros creo que el arte, lejos de lo
algunos inculcan y practican como un acto de defecar o un hacer en cadena, se
parece más al gran acto de dar a luz. No vale cualquier cosa, no vale cualquier
momento. Solo hay una oportunidad de hacer la gran obra y debemos ser
conscientes de que no hay muchas obras sino un solo todo, un seguir practicando
para modelar esa vida en la que se nos ha delegado para llevarla a buen término,
reconocer que no siempre podrás responder por ella pero ser lo suficientemente
constante y honesto para saber que te has dejado la piel en cada momento,
cuando lo has disfrutado y cuando has llorado en silencio porque no sabías como
seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario