Somos fuego, el principio de todo, el movimiento perpetuo. Agitamos
las llamas de rabia si nos avivan, somos capaces de calmar corazones con
palabras tibias, de señalar el camino como fuegos fatuos y de fluir
vivificadoramente hacia nuestra propia extinción. El Devenir es el reloj de oro
que decide cuándo vamos a dejar de echar la leña al fuego que nos enciende y la
única razón por la que debemos seguir ardiendo es para convertir esa transpiración
en nuestra propia posteridad.
Sangri-La nos espera nostálgicamente escondida detrás del
humo que levantamos con nuestras llamaradas. Hay que rasgarse las pieles y
buscarse con atención hacia adentro como al que se le ha caído una moneda al
suelo. Una vez atravesado el espejo de nuestras propias inseguridades, todo lo
demás no es más que un simulacro eterno de senderos que no paran de bifurcarse.
Hay que construir entonces esa utopía a base de pespuntes de recuerdo, de
perspectivas de futuro y de asambleas continuas con tu ética y tu moral, un vasito de humildad cada ocho horas y una voluntad a prueba de miedos.
Ser utópico no te exime del sufrimiento, de hecho te prepara
para él de una forma parecida al budismo, te hace sufrir hasta que la maqueta
de tu ciudad ideal está levantada. A partir de ese momento la lucha por
levantar los cimientos de tu verdadera Atlántida no va a dejar que veas nada
más que trabajo, trabajo y más trabajo y al final del túnel que tú mismo has
ideado verás la luz de tus ideas y saldrás al fin de la caverna que alguna vez
menciono Platón.
Existen tantas Utopías como utópicos hay, y no podemos
elogiar una mejor que la otra ya sea un castillo de papel en la cima de una
montaña escarpada, una atlántida de chocolate en un vaso de leche cada mañana o
una playa virgen a dos pasos de la civilización. Te corresponde a ti también ser el justo gobernador de tu
utopía, no vale pensar que tus cercanos van a levantarla, gobernarla y ponerle
nombre. No way. Es condenarse a la eterna ausencia de la completitud.
Los infelices duermen en el pozo ciego de sus
propios miedos. Los utópicos construyen islas en un mar de posibilidades.
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