Hoy las calles de Macondo se han quedado desiertas y el
coronel ahora sí que no tiene quien le escriba. Yo no vine aquí a dar un discurso pero la realidad es que está siendo un año duro para la cultura. Hace unas semanas se fue la música… ayer se fue
otro mago…el de las letras. El colombiano nos va a dejar tras su marcha cien
años de auténtica soledad en los que habrá que releer sus palabras en señal de
duelo.
Sin duda puedo decir, sin vergüenza alguna, que fue uno de
los pocos escritores que tras leerlos pensé que aún debía madurar para preciar
todo lo que quería decirme. Un escritor que escribió ficción sin mucha ciencia,
que hablaba muy alto sin dar una sola voz y que era un genio sin la terrible
necesidad de la soberbia.
Nos hizo vivir del amor incluso en tiempos del cólera, a través de la memoria de sus putas tristes y cuando ya no podía vivir para contarla decidió
marcharse como la hojarasca y darnos la última crónica de una muerte anunciada.
Y aquí estoy yo, en el otoño del patriarca, lanzando una botella
al mar para el dios de las palabras, donde darle las gracias al bueno de Gabo
por dejarnos un legado tan amplio y tan rico, tan espejo del sentimiento
humano que ni una sola de sus novelas puede pasar por un frívolo ejercicio de
gramática. Así que solo queda esperar a ver si en agosto nos vemos para leer tu obra póstuma o si volveremos a Macondo.
Recordar es fácil para
el que tiene memoria, pero olvidar es difícil para el que tiene corazón.
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